martes, 22 de enero de 2013

Segunda toma de posesión de Barack Obama

Ayer 21 de enero, Barack Obama juró por segunda vez el cargo de Presidente de Estados Unidos en la cara oeste del Capitolio (en la calle, enfrente de la gente, no en la Zarzuela delante de su majestad el Rey, un detalle curioso).

Si hace cuatro años era ensalzado como el nuevo mesías, las realidades del gobierno en su primer mandato le han alcanzado a él y a la gente. Ahora es un político. Pero no es el político novato del 2007 (llevaba solo un par de años como senador), ni lleva puestas las gafas rosa de "bipartidismo" y el "consenso". Sí, sabe que va a tener que entenderse con los republicanos de las cámaras, pero sabe que tiene un mandato claro de la gente que le ha votado para hacer lo que le pide que haga, no para negociar cediendo terreno desde el principio. Y ese nuevo enfoque estaba reflejado en su discurso inaugural.

Ha sido un discurso brillante, como casi todos los suyos. Es un gran orador. Convincente, emotivo, y realista. Usando como estribillo el principio de la Constitución, el "We the People" (Nosotros, la gente) ha engarzado todas las ideas y las esperanzas de los votantes que en noviembre han vuelto a darle su confianza. Y lo ha hecho de una manera muy novedosa: poniendo sobre la palestra una verdad como un templo; que la Constitución refleja unos ideales que aún no se están cumpliendo. Con ese "We the People" se da por sentada la "igualdad evidente entre todos los hombres" de un plumazo, pero cuando se escribió en el siglo XVIII aún faltaban 75 años para que dejara de haber esclavitud.

En esencia lo que hacía era llamar hipócrita a su país, y nadie mejor que él, que de haber nacido en 1941 en vez de en 1961, habría vivido muy de cerca la segregación racial en los estados del sur. Ahora esa segregación es económica. Ahora la esclavitud es financiera. Pero no deja de ser lo mismo. No hay un amo con barracones en su plantación; ahora el amo paga un sueldo miserable para que su esclavo, que lo sigue siendo, se busque su barracón y su comida. Y los latigazos son psicológicos. De la misma manera ha mencionado a los gays, el cambio climático, y las evidentes (y crecientes) desigualdades económicas entre ricos y pobres.

También ha puesto en el centro del discurso la red de seguridad estatal, diciendo que no creaba un país de "pedigüeños" (como el candidato republicano Mitt Romney, que no asistió a la inauguración, decía), sino que da a los emprendedores la posibilidad de arriesgarse.

Obama sabe que será recordado como un gran presidente si consigue acercarse a los ideales de la Constitución. Y eso ya es un gran comienzo; saber que no se ha llegado es lo fundamental para ponerse en marcha. La mayoría de gobernantes no solo no lo saben, sino que evitan siquiera pensar en ello. Un gran contraste con España, por supuesto, que necesita un Obama más que nunca.

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